Me llamo Boffer Bings. Nací de padres honestos en uno de
los más humildes caminos de la vida: mi padre era fabricante de aceite de perro
y mi madre poseía un pequeño estudio a la sombra de la iglesia del pueblo,
donde se ocupaba de los no deseados. En la infancia me inculcaron hábitos
industriosos; no solamente ayudaba a mi padre a procurar perros para sus cubas,
sino que con frecuencia era empleado por mi madre para eliminar los restos de
su trabajo en el estudio. Para cumplir este deber necesitaba a veces toda mi
natural inteligencia, porque todos los agentes de ley de los alrededores se
oponían al negocio de mi madre. No eran elegidos con el mandato de oposición,
ni el asunto había sido debatido nunca políticamente: simplemente era así. La
ocupación de mi padre -hacer aceite de perro- era naturalmente menos impopular,
aunque los dueños de perros desaparecidos lo miraban a veces con sospechas que
se reflejaban, hasta cierto punto, en mí. Mi padre tenía, como socios
silenciosos, a dos de los médicos del pueblo, que rara vez escribían una receta
sin agregar lo que les gustaba designar Lata de Óleo. Es realmente
la medicina más valiosa que se conoce; pero la mayoría de las personas es
reacia a realizar sacrificios personales para los que sufren, y era evidente
que muchos de los perros más gordos del pueblo tenían prohibido jugar conmigo,
hecho que afligió mi joven sensibilidad y en una ocasión estuvo a punto de
hacer de mí un pirata.
A veces, al evocar aquellos días, no puedo sino lamentar
que, al conducir indirectamente a mis queridos padres a su muerte, fui el autor
de desgracias que afectaron profundamente mi futuro.